Una luz en la oscuridad. Ese 24 de marzo de 1976 las tinieblas
se apoderaron del cielo. La Dictadura militar tiñó de negro la vida diaria. Pero
el destino se rebeló, se resistió. Aquel día gambeteó la cruel realidad y
trajo una esperanza en General Belgrano. En esa ciudad ubicada a 110 kilómetros
de La Plata nació Leandro Guido Testa. Uno de esos tipos que cuenta con
cualidades tan necesarias en la sociedad: nobleza, solidaridad, perseverancia
y compromiso. Con el valor agregado de convertirse en futbolista y potenciar aquellas
virtudes, dentro y fuera de la cancha. Porque un jugador puede ser limitado
técnicamente, lo que no debe carecer es de corazón y lealtad hacia la camiseta
que tuviera puesta, con sus compañeros, los hinchas y su alma. En estos
aspectos es el mejor de todos.
¿Cómo se explica la idolatría de un lateral derecho? Hay dos
maneras. Una en el césped, otra en la vida cotidiana. En la cancha derramó
sudor al por mayor, en su interior no guardó energía. Nunca quiso abandonar.
Hasta llegó a jugar lastimado, con indicaciones médicas de ser reemplazado para
no ampliar las lesiones. Pero Testa siempre estuvo ahí, con costillas fisuradas o con los tobillos estropeados. En representación de un
estilo de juego al de cualquier hincha que le tocara defender su camiseta. Un
diferente. ¡Hasta se mandó una atajada en la final con Chacarita! Porque
fue eso. Su mano evitó un gol, concedió una oportunidad más... Fueron tres ciclos como jugador, dos
ascensos (a Primera en 2006 y a la B Nacional en 2012) y hasta hoy lleva 156
partidos jugados con la verdinegra. Parecen 500, resulta complejo pensar en la
formación de un equipo sin mencionarlo. Habrá que acostumbrarse a que la
camiseta número 4 cambie de portador, costará mucho, aunque todos sabemos que el
dueño eterno será él.
En la vida sin botines, Leandro ganó los partidos más
exigentes de su etapa profesional: los inconvenientes físicos y la represalia
dirigencial. Una osteocondritis, la enfermedad silenciosa de las rodillas, lo
puso en jaque en 2005 cuando jugaba en Arsenal. Se quedó sin club y su refugio
fue Chicago. El desafío era la pretemporada del verano de 2006 y pudo pasarla.
La alegría por el ascenso se enfrío ante el maltrato de esos seres
despreciables que se creen los dueños de los clubes y del destino de las
personas. Fue apartado y sufrió la malicia una vez afuera del Torito. Buscaron
perjudicarlo y lo hicieron, argumentando una lesión que ya había sido superada.
¿Por qué? Por defender a los suyos y ser una persona de bien. Durante más de un
año se entrenó en la soledad de un gimnasio, alimentó su fuerza interior y
empezó de nuevo en Ferro. Luego de tres temporadas volvió a Mataderos, para
seguramente poner fin a su carrera. Pero dejó un legado de honestidad, ojalá
que muchos de los juveniles que fueron cobijados por él hayan captado el
mensaje. Ese sería otro gran triunfo. Un ejemplo a seguir porque Leandro es más que un jugador, es un
gran capitán en el fútbol y en la vida. Gracias, "Cabezón".
Autor: Fabián Rodríguez.
Diseño: Daiana Vitale.
Diseño: Daiana Vitale.
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